Una banana que divide opiniones: ¿es una crítica irónica al mercado del arte o una provocación vacía? Averígualo aquí.
Y sí, el dueño puede reemplazar la banana cuando se ponga negra, incluso viene con instrucciones sobre cómo recrear la pieza. Las veces que el dueño quiera, lo que realmente se compra es el certificado de propiedad, más que el plátano en sí.
La definición de qué es y qué no es arte es un debate que la humanidad ha intentado resolver durante siglos, especialmente en los últimos 150 años con el auge del arte contemporáneo.
Para muchos, resulta ofensivo llamar “arte” a obras como esta. Y surge el dilema: si todo puede ser arte, ¿acaso algo realmente lo es?
De todas las definiciones de arte, la que más sentido me hace es: ‘cualquier forma de expresión que logre transmitir algo: una emoción, una idea, una crítica o incluso una provocación’.
No necesariamente tiene que gustarte o ser ‘lindo’; a veces, el arte simplemente busca generar una reacción. Y creo que El Comediante cumple con esa definición.
“Si todo puede ser arte, ¿acaso algo realmente lo es?”
Planteo esta idea: ¿es más arte un cuadro que cuelga en tu pared como simple decoración, o un plátano pegado a un muro que invita al espectador a interpretar un mensaje?
Obras como El urinario de Duchamp nacen de esa intención: irrumpir, rebelarse. ¿Habrán pensado lo mismo en el siglo XVI al ver el primer cuadro impresionista creado por Monet? Después de todo, el término “impresionista” nació de un comentario despectivo de un crítico de arte, quien describió estas obras como simples “impresiones”, considerándolas inacabadas e imperfectas.
Ojo, no estoy comparando a Monet con Cattelan, no me atrevería 😂.
Lo que quiero destacar es que sí creo que hay algo intrínsecamente significativo en El Comediante, lo haya querido su autor o no.
Una es la que el autor parece querer proyectar: una profundidad interesante, aunque exagerada.
Según una de las galerías que lo presentó: “Un comentario irónico sobre la sociedad, el poder y la autoridad”.
Una burla al negocio del arte, un golpe directo a los mismos que pujaban por la banana en Sotheby’s.
Este tipo de afirmaciones tan voladas a veces me resultan cómicas, se sienten vacías y diseñadas para impresionar al tipo de persona que te diría que eres demasiado inculto para entender un cuadro completamente blanco en un museo, o que gastarían mil dólares en un restaurante de tres estrellas Michelin por una roca con un camarón encima y un vaso de agua con gas.
Lo que me parece más creíble es que el verdadero propósito de esta obra sea provocar una reacción en el público: memes, debates artísticos profundos e incluso indignación en redes sociales por haber subastado o gastado 6.2 millones de dólares en ella. Un escándalo para disfrutar.
Y, después de haber criticado con todas mis fuerzas esta postura tan cringe de nuestros amigos artistas, sigo pensando que la clave para interpretar esta obra no radica en ignorar esta postura por completo. Después de todo, de una u otra forma, El Comediante quedará registrada en los libros de arte más influyentes del siglo XXI.
La obra pretende criticar el valor que damos a cosas insustanciales, pero termina contradiciéndose a si misma. ¿Dicotomía?, no, ¿Doble moral? quizás sí, pero no creo que importe.
Lo que me genera conflicto es la intencionalidad del autor. Irónicamente, Cattelan se convierte en el blanco de su propia burla. Se presenta como un artista profundo y subversivo, pero termina sometiéndose al mismo sistema que critica, ganando millones por una fruta (bueno, quizás menos si le quitamos el porcentaje de los fresquitos de Sotheby’s).
En ese sentido, su mensaje pierde fuerza para mí. Pero el hecho de que este aquí discutiéndolo prueba que El Comediante tiene algo que decir, y quizás ahí radica su valor como arte.
“Después de todo, de una forma u otra, El Comediante quedará registrado en los libros de arte más influyentes del siglo XXI?”
La segunda postura, es verla unicamente como parte de la decadencia del arte, como una provocación vacía. Otra burla más del arte contemporaneo.
No se puede ignorar la controversia política que se esconde detrás de gastar una suma exorbitante que podría alimentar a miles de personas o transformar vidas.
Como dijo el periodista estadounidense Chuck Todd: “Si en el planeta tuviéramos tanto ingreso disponible como para comprar bananas pegadas con cinta adhesiva en la pared, entonces tenemos un problema de desigualdad de ingresos.”
La ironía de El Comediante es que se convierte en un reflejo del lado oscuro del negocio del arte. Expone cómo muchas galerías, museos, casas de subasta e incluso algunos artistas, a veces, parecen más enfocados en el dinero que en crear arte auténtico, y esa obsesión termina por matar el arte, justos y pecadores.
Al final, reflexionar sobre este tipo de arte no siempre implica llegar a una conclusión definitiva, sino estar dispuesto a cuestionar todos los ángulos: su ejecución, su valor y el contexto que la rodea.
Es también aceptar que, a veces, algunas cosas simplemente no tienen respuestas claras,
Quiero terminar con una frase del periodista de arte Javed Jokhai, (que ojalá fuese mía):
“El comediante es la banana en el que todo el mundo resbaló, pero nadie cayó más duro que Maurizio Cattelan”
Una banana que divide opiniones: ¿es una crítica irónica al mercado del arte o una provocación vacía? Averígualo aquí.
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